Es difícil de fotografiar el momento exacto en el que sale el fuego por la boca del dragón, así que la visita al mismo se puede prolongar por minutos y minutos, mas cuan más exigente seas con las fotos.
Después de visitar la bella ciudad de Cracovia y empaparnos de sus leyendas divertidas y amenizantes, tomamos un rumbo de visita totalmente distinto, Auschwitz nos espera, aunque no quiero ir, supongo que por negar la realidad.
Nos bajamos del coche, la primera sensación es de sentirse pequeño, rodeado por kilómetros de alambre de espinos, en la puerta principal, la entrada hacia la muerte, la vía del tren marca el camino. Este campo de exterminio estaba dividido en tres núcleos, construidos a medida que se quedaban pequeños, uno en el año 40 (con capacidad para 20 mil prisioneros), otro en el 41 (con capacidad para 90 mil prisioneros) y el último en el 44 (con capacidad para 11 mil prisioneros).
En estos campos visitamos los distintos tipos de pabellones donde los presos subsistían, trabajaban y eran asesinados. Actualmente la mayoría de los pabellones se encuentran destruidos, por el afán de los alemanes de borrar las pruebas, ante el avance de las tropas soviéticas.
Una de las cosas que mas llamo nuestra atención, es poder estar en el pabellón en el que descansaban, “teóricamente”, miles de literas hacinadas de construcción irregular en diminutos espacios. Así como el poner cara, sexo y edad a parte de los prisioneros que allí dejaron la vida, “la gran mayoría no sobrevivía mas de 2 meses”.
Imposible narrar con simples palabras aquello que se siente entre esas paredes. Fotografías, documentos, maletas, zapatos a millones… son testigo del calvario sufrido por seres humanos no gratos para un tipo de sociedad.
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